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Quique González – 1973

Empezaré recordando una confesión -nada sorprendente, porque creo que es algo que se puede inferir en todas y cada una de las ocasiones que he escrito sobre él-. Hay algo en la voz y la música de Quique González que me genera una poderosa nebulosa de nostalgia y dolor que impregna todas las sensaciones, mientras la música, a veces más cuantiosa y nerviosa, en otras más orgánica y funcional, va avivando y acentuando esas emociones. Siempre que me he tenido que enfrentar a un disco suyo para escribir una reseña me ha supuesto un ejercicio concienzudo de mentalización, de encontrar el momento preciso en el que con el paso de las canciones la cabeza hace ‘clic’ y entonces se te abre su sentido en todo su esplendor. Y entonces conectas con el arte de la propuesta y disfrutas de las cicatrices sonoras aunque, ay, sigan quebrando el ánimo esos pliegues y quebrados agudos de la voz que suenan a recurso conocido, pero que siguen traspasando igual. Mientras se produce el acorde preciso, la bajada de baqueta certera, los pianos acompañando de manera plástica el ritual. Creo que por eso tras más de trescientas críticas remember de viernes jamás he podido hacer frente a otro disco suyo… Bastante tengo con sus novedades. Tras celebrar por todo lo alto el 25º aniversario de su carrera profesional, con nuevas y flamantes ediciones en vinilo de su inmaculada discografía, también quiso darle novedad sonora a la fiesta con el aquel EP de versiones. Decía entonces que aquella ‘suelta de lastre’ quizá contagiara sus nuevas composiciones… Y ya estamos preparados para la nueva inmersión.

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