Hay artistas a los que el rockerío se les cae por los cuatro costados sin que por ello tengan la necesidad de que en su música tenga que predominar la distorsión de guitarras, las baterías fuertes y todo el resto de características que denominaríamos como ‘comunes’. Sea por afinidad, por hechuras o por actitud, se podrían citar una decena de casos y creo que casi todos nosotros meteríamos en esa lista a El Canijo De Jerez. La autenticidad callejera de la rumba de Los Delinqüentes ha sido siempre muy bien apreciada por el público del rock y él, con un trabajo y empeño más que meritorio ha sabido mantenerlo desde que iniciara su camino en solitario hace poquito más de diez años. Si con aquellos firmó seis discos antológicos en catorce años, bajo el nombre actual ha despachado otros cinco. Un ritmo realmente vertiginoso que, parece, se ha dispuesto a parar después de la gira de presentación de este álbum. Un disco con el que El Canijo, nos dicen desde sus hojas de promo, vuelve a mirar a su esencia más cruda, de guitarra, palmas y cajón, para concluir una pentalogía de canciones que en todos y cada uno de los trabajos, desde el primero hasta el que nos ocupa hoy, siempre ha contenido temas hermosos, vitalistas, alegres. Aunque la pena siga colándose más de una vez por los poros, con el sentimiento garrapatero de sabor agridulce. De la mirada de soslayo a lo oscuro como decía Jorge Ilegal con aquello de que si la muerte me mira de frente me pongo de lado. Ceniza y Barro apunta a cierre de tomo, pero no me cabe duda de que vendrán más páginas nuevas cuando llegue el momento. Por ahora, le debía una crítica completa a un disco nuevo y sigo teniendo en el debe alguna remember a Delinqüentes. Llegará.