Lo tengo apuntado en lista de críticas pendientes desde  el primer día que lo escuché al completo, al poco de su publicación en la segunda mitad del mes de marzo, y por fin ha llegado el día de que escribamos de Jesucrista Superstar, el segundo larga duración –y doble- de Rigoberta Bandini. Soy consciente de que muchos de los lectores no se van a acercar a esta crítica pero también sabéis que aquí no hay limitaciones a la hora de hablar de álbumes que, estimo, vale la pena comentar. Lo hemos hecho con Rosalía, con Alejandro Sanz, con Camilo Sesto, con Mónica Naranjo, con Javier Krahe, Cecilia, Las Grecas, Luis Eduardo Aute, Ella Baila Sola, Tino Casal, La Trinca, Emilio Aragón y hasta con el disco menos malo de Melendi. Así que tampoco hay que rasgarse las vestiduras, que está el panorama fatal dentro y fuera de nuestras fronteras. Verán, a Rigoberta Bandini le tenía la pestaña de seguimiento dada en el radar de escuchas y movimientos desde que llegó a mis oídos ese trallazo llamado “In Spain We Called Soledad”, que lanzó en verano de 2020 y que después confirmé como artista a la que no perder de vista tras “Perra” en enero de 2021. Esto es, bastante antes del “Ay, Mamá” de Benidorm Fest de 2022. Cosas de la profesión que, a veces, te hace conocer la filosofía de las propuestas antes de que den ‘el salto’ popular (la misma sensación tuve con Izaro y Baiuca esta semana en La Revuelta, por cierto). Tras la compilación de todos esos singles dispersos en La Emperatriz (2022) viene este Jesucrista Superstar que ha sido meditado, cuidado y mimado en cada arreglo, tras un pequeño retiro y mucha dedicación. Por eso quería que estuviera aquí.