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Alejo Stivel. Yo Debería Estar Muerto
Recuerdo que era una cinta de cromo de las buenas, de las que toda la carcasa era negra y no de cristal transparente. Por uno de los lados había una especie de recopilatorio de Pabellón Psiquiátrico (de las que solo recuerdo con cierto escándalo infantil las de “En Una Tienda De Campaña” e “Inmaculada”, más conocida como la de «le metí una mano, le metí una pierna»), y por el otro una recopilación de Tequila, que se abría con la feroz y brava “Rock and Roll En La Plaza Del Pueblo”. Es uno de esos primeros recuerdos musicales heredados de tener un hermano mayor apegado al rock de distintos pelajes. Era uno de los casetes que andaba por la habitación. Por esos primeros recuerdos y por la consciencia asumida por mí mismo con el paso de los años, desde la adolescencia aficionada a la posterior dedicación profesional, Tequila siempre ha sido un grupo al que le he tenido especial cariño, por respeto a mayores, ya que su disolución llegó cuando yo no tenía ni tres años. He escrito mucho de ellos y siempre me generaron una especial simpatía tanto Ariel (qué decir de su posterior andanza con Los Rodríguez, su intachable trayectoria en solitario y, además, su magnífica pericia al frente de Un País Para Escucharlo) y por Alejo, a quien, ya universitario, situé enseguida como productor de tremendo éxito, como tantas veces también he recordado por aquí. Por eso siempre me apunté a las distintas giras de reunión de Tequila, me hice con el deuvedé de despedida y corrí a ver el documental. No es extraño por tanto que estas memorias, publicadas el pasado mes de mayo, cayeran en mis manos tarde o temprano. Os cuento algunas cosas sobre ellas.
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