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Danza Invisible – Música De Contrabando (1986)
Desde que tengo uso de razón, el nombre de Danza Invisible me ha generado una especial simpatía e interés. Sobre todo porque de niño no faltaban sus canciones en mis cintas de música y de vídeo caseras y porque mi hermano siempre me decía aquello de que sus directos eran especialmente intensos por la increíble hiperactividad de Javier Ojeda y lo excitante de la banda. Aunque al indagar más adelante en su discografía entendí la evolución, la banda malagueña era mucho más de lo que ha trascendido en la capa superficial de la opinión pública. Sus primeros discos son de un intensidad new wave, de una rudeza poco controlable y de un verso suelto que después se canalizó cuando llegaron las influencias más ‘tropicales’. El caso es que en mis años aquellos de iniciación, donde tiraba mucho por ese encantador pop rock ochentero y noventero, no es extraño que a las primeras de cambio que tuvimos la menor oportunidad, mi compañero, escolta y hermano de andanzas más noctámbulas e improvisadas salimos un sábado después de comer (cuando nos enteramos del concierto) a un pueblo (Calasparra, Murcia) a 250 kilómetros para verles por primera vez. Que el cartel de la noche, por cierto, es como para hacer un estudio sociológico de lo que eran aquellos tiempos. Esa noche, en un ciclo de Duca2 Music o algo similar, actuaban, gratuitamente y en este orden: Café Quijano (fue un poco soporífero), Ariel Rot (más bluesero y pausado que festivo) y Danza Invisible, que se llevaron la noche de calle. Pude hablar con ellos hace un par de años al hilo de su participación en el Festival Internacional de Cine de Almería (no se pierdan su documental A Este Lado De La Carretera), y entonces nada parecía intuir la noticia anunciada hace unos meses, que la banda, más de 40 años después de su fundación se despide con una última gira llamada “Sin Decir Adiós”, de doce fechas. Tenían que estar al fin en una crítica remember de viernes.
Lee el resto de esta entradaDanza Invisible. Cabo de Gata. 13 de agosto
Desde que tengo uso de razón, el nombre de Danza Invisible me ha generado una especial simpatía e interés. Sobre todo porque de niño no faltaban sus canciones en mis cintas de música y vídeo caseras y porque mi hermano siempre me decía aquello de que sus directos eran especialmente intensos por la increíble hiperactividad de Javier Ojeda. En una época de iniciación donde tiraba mucho por ese encantador pop rock ochentero de Hombres G, Seguridad Social, Duncan Dhu y un largo etcétera –también era la música que solían pinchar en el local donde salía siempre-, no es extraño que a las primeras de cambio que tuvimos la menor oportunidad, mi compañero, escolta y hermano de andanzas más noctámbulas e improvisadas salimos un sábado después de comer (cuando nos enteramos del concierto) a un pueblo (Calasparra, Murcia) a 250 kilómetros para verles por primera vez. Que el cartel de la noche, por cierto, es como para hacer un estudio sociológico de lo que eran aquellos tiempos. Esa noche, en un ciclo de Duca2 Music o algo similar, actuaban, gratuitamente y en este orden: Café Quijano (un poco soporífero), Ariel Rot (más bluesero y pausado que festivo) y Danza Invisible, que se llevaron la noche de calle. Aunque pude hablar con ellos hace unos meses al hilo de su participación en el Festival Internacional de Cine de Almería (no se pierdan su documental A Este Lado De La Carretera), anoche, 22 años más tarde, volví a verles en acción en Cabo de Gata con las mismas sensaciones y buen rollo que han transmitido siempre. Os dejo a partir de este momento, la crónica realizada para el Área de Cultura y Educación del Ayuntamiento de Almería. Salud.
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