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Quique González. Almería. 11 de marzo

Lo bueno de que un artista como Quique González tenga el metrónomo de publicar disco en una media de cada dos años, incluso a veces menos, si incluimos el directo de Radio Station y el maxi Clase Media (realmente, solo el espacio entre Daiquiri Blues y Delantera Mítica alargó en exceso la espera) es que se puede disfrutar de las distintas giras en un plazo relativamente corto. También tuvo algo de ‘suerte’ (si es que se puede usar este término para hablar de una pandemia) ya que los primeros confinamientos y el parón llegaron cuando había desplegado buena parte de la gira de Las Palabras Vividas. Con algún concierto ‘de nueva normalidad’, Quique se centró en escribir y dar forma a las canciones de su siguiente trabajo. Otra magnífica joya atemporal, como acostumbra, y consiguiendo que todo sea distinto pero acogedoramente familiar. Cerca de cumplir tres décadas en los escenarios y casi 25 años después de su debut con Personal, ha conseguido ser una de las voces más autorizadas del rock de autor de nuestro país. Sin alardes, sin salidas de guión, sin exabruptos, sin dar una voz más alta que otra. Ya hablan sus temas, que están repletos de esa cotidianidad dolorosa, porque la intensidad de las emociones que marcan duele para siempre. No se van. Como las grandes canciones que pueblan su discografía y su repertorio. Hay tanto material en sus álbumes que Quique puede hacer el concierto más complaciente o el más críptico y bizarro. Acostumbrados casi que a lo segundo, creo que el de anoche, el de esta gira, es uno de los set más equilibrados de los últimos tiempos. Un acto de celebración sustentado en un tercio por temas de Sur En El Valle, otro tanto por éxitos indiscutibles y otro tanto por gemas que van ganando quilates con el paso de los años. Os dejo a partir de este momento la crónica que he realizado para como redactor del Área de Cultura y Educación del Ayuntamiento de Almería y Contraportada / Pisadas En La Luna. Las fotos son de José Antonio Holgado. Salud.

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Quique González – Sur En El Valle

Siempre en movimiento pero siempre con los pies en el suelo, Quique González ha dotado a su carrera musical de una coherencia y línea clara sin que por ello signifique que se acomode en el continuismo o lo estático. Dentro de la aparente sencillez de los aspectos formales, cada uno de sus discos representa un paso más desde el tablero, como una reina que se puede mover en todas direcciones, pero de casilla en casilla, como un peón. Y es en ese equilibrio, entre la grandeza y la humildad, donde encontramos a la música del madrileño. Si se arropaba de una banda de rock más ‘al uso’ con Los Detectives en Me Mata Si Me Necesitas y sacaba su lado más lírico con ese poeta de alma rockera que es Luis García Montero en Las Palabras Vividas, para la siguiente entrega Quique confía la producción precisamente a un nuevo compañero de vivencias y experiencias. Toni Brunet, uno de los coproductores del anterior álbum, es quien comanda en este caso los mandos. Nuevas texturas dentro de una propuesta reconocible… Banda grabando a la vez, voz en primer plano, importancia del respiro, especialmente notable en las baterías, canciones que casi parecen esbozadas en su estructura, sin que por ello puedan camuflar el inmenso trabajo que hay detrás de ellas. Quique y los suyos vuelven a hacer un ejercicio de templanza, en el pleno sentido de la virtud platónica, que junto al coraje de buscar el verso idóneo y la sabiduría que da el no tener la necesidad de correr completan la totalidad concupiscible del alma. Y eso, como si fuera fácil, es lo que nos da cada disco de Quique. La esencia de un timbre imposible y personalísimo. La nostalgia en el punto de no retorno. El dolor congelado en su punto más bello. Al decimotercer álbum, lo vuelve a conseguir.

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