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Javier Krahe – Valle de Lágrimas (1980)

 

La música tiene numerosos poderes de su lado. A todos los conocidos asociados a sentimientos, también está el reconstituyente. Cada cual tendrá sus grupos o artistas señalados para ello. Cuando las semanas o los días se ponen difíciles en el ánimo, suelo tirar de uno de los tocayos de los que me siento más orgulloso. Y con quien me lo pasaba ya en grande con apenas cinco o seis años. Al hilo del artículo confidente y repleto de admiración que publiqué con motivo de la muerte de Leonard Cohen, ya reconocía que ese gusto y afición me ha venido por la vía materna. También esta semana ha tenido ese componente para que la crítica remember elegida este viernes sea Krahe. Lo recordaba hace unos días al analizar el Tributo a Sabina, Ni Tan Joven, Ni Tan Viejo. Se le echa de menos en ese banquete en el cancionero de su colega. El caso es que desde aquella bisoñez, este burlón ha sido siempre un guía frente a la estupidez. Un remanso de calma con el que sonreír desde el intelecto, la rima y la métrica cuidada. Después, quiso la fortuna y la noche que compartiera varias noches de conversación tras tres conciertos en el más que recomendable Cervezas del Mundo (conocido también como El Zaguán –ZH2ON-). Sumarían entre las tres noches menos de tres horas, pero lo pasamos tan bien que lo recuerdo como si fuese un familiar. “Tienes la cámara rota, me ha sacado demasiado viejo”, me dijo. Tocayo, no eras viejo, ya eras eterno.

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