El sábado 17 de octubre El Puchero dijo adiós. Casi 18 años de emociones, sentimientos, canciones de género dispar pero con los denominadores en común de la honestidad, de la sinceridad, el corazón, la esperanza, el buen humor, la autocrítica… La vida, en suma. Era la primera vez que el Palacio de los Deportes de Granada ponía un ‘sold out’ con una banda de la tierra. Ni Bob Dylan, oigan. Cerca de 8.000 personas para una noche histórica. Seguidores y amantes de la banda de toda España acudieron al rebato final. El Puchero, como los más grandes, se van en el momento más álgido de su carrera, sencillamente porque necesitan nuevas experiencias. Una decisión que cualquier rentista de gráficas de rendimiento calificaría de locura, pero que es respetada con resignación por quienes vibran con sus formas. El Puchero dijo adiós, pero el recuerdo de la última noche permanecerá indeleble y fresco en la memoria para todos los que estuvimos allí.

Desde las seis de la tarde el número de congregados por los aledaños del pabellón era ya más que considerable. Y eso que el papel estaba agotado. Funcionó alguna que otra reventa y las copas de consuelo, de aplacar los nervios para la cita. Con puntualidad británica se realizó la apertura de puertas y la salida de Los 300, la banda encargada de abrir la noche. Fueron muchos los que se perdieron el concierto (me incluyo) confiando en ‘los típicos retrasos’ que no se produjeron. Ley de Murphy le llaman.

Así, El Puchero salió antes de las 22.30 horas con su entrada enérgica y bailona. ‘Las Pelusas’, ‘Vive La Vida’, ‘La Guía’, ‘Lo Que Pasa Es Que Me Cuelgo’… Acertadas elecciones (similar ritmo a la selección llevada a los festivales que les han reclamado cada vez durante los últimos años) y que sirvió para comprobar que el sonido pabellonero es muy similar en todos los puntos de España y que iba a ser una noche donde la emoción estaría por encima de la ejecución precisa. La formación, Antonio Arco con su no siempre entera voz y guitarra, Patricia Ramos en la guitarra y su sempiterna silla, Jorge Cobo en cajón y percusiones, José Pablo Fernández al bajo, Juan Carlos Camacho y José Antonio García en los vientos, saxo y trompeta, respectivamente, se dejaron arrasar por una cita que no debió ser fácil llevar en el escenario, si bien al final se dejaron llevar por las volandas de un público entregado a la causa. No era noche para hacer ni un reproche.

Recuperados temas como ‘Superman’ o ‘Canción del Triste’ dejaban entrever que el repertorio sería kilométrico, como lo fue. Más de treinta canciones para casi tres horas de magia. Magia que reverbera en la melodía metálica de ‘Paisajes’, en la melodía argenta y brillante de ‘Hay Días’, en la sentida ‘Estocolmo’. También hubo un generoso espacio para la querencia más flamenca y guasona de los inicios como ‘Bulerías Del Poli Diaz’ o ‘Sevillanas Hipotecadas’, dos temas que deberían haberse interpretado juntas y no dejar en medio un torrente de entrega como ‘Arrancarme Los Ojos’. La influencia zíngara y mestiza de los primeros años en la Ciudad Condal pusieron a bailar al respetable con ‘Pablito’, mientras que ‘Miedo’ culminó un generoso espacio para Candela, uno de los discos más aplaudidos de la banda, incluso antes de pegar el pelotazo posterior con Harumaki o El Tiempo de Manuel.

‘Mañana No Se Sabe’ y la dulce ‘El Parque’ continuaron el vaivén de caricias antes de incrementar distorsión y pulsaciones con ‘Ave Fénix’. Rondaban las dos horas y las cuentas seguían dando como resultado un gran número de temas pendientes. Como las que echa el protagonista de la soberbia ‘Ochenta Años’. Toda una lección de vida en las cercanías de la muerte. ‘Manuel’, ‘Míralo’, ‘Tú Eres Eso’ y esa declaración de amor al público, bella, como ‘Sábado’, como ‘Ese Rato Tan Divino’. Querencia dylaniana evidente de un Antonio Arco que a buen seguro nos sorprenderá en breve con nuevas canciones. Os lo aseguro.

Desde que se fue no hay día que no recuerde a Javier Krahe, por lo que la dedicatoria de ‘De Ovejas y Corderos’ la sentí como un pedacito mío, más aún cuando confesó que era la única canción que nunca había salido del repertorio de la banda desde que la compusieron en su piso de estudiantes. Llegaba el momento del ensayo de la despedida final para disimular los moratones del esfuerzo de un combate que los dejaría en la lona, rendidos y extasiados. ‘Quiero Saber’ y ese guiño a Los Calis, la imponente versión de ‘La Quiero a Morir’ de Francis Cabrel inspirada en la que bordó Manzanita, el aquelarre alegre de ‘Asuntos Serios’ y un regalo extra en forma de ‘Amor Postal’.

Las luces se encendían en el Pabellón y se apagaron para siempre en El Puchero. Los asistentes elogiaron el esfuerzo, los años, la dulzura y la alegría. Porque su música es ilusión y bondad sin imposturas.

Un último concierto mágico, “quién tuviera para vivirlo otros 80 años”.

Gracias por la magia.

Setlist:

1. Intro
2. Esperándote
3. Vive La Vida
4. Las Pelusas
5. La Guía
6. Lo Que Pasa Es Que Me Cuelgo
7. Ser Humano
8. Superman
9. No Me Gusta
10. Paisajes
11. Canción Del Triste
12. Maldito
13. Hay Días
14. Estocolmo
15. Alegrías
16. Bulerías Del Poli Diaz
17. Arrancarme Los Ojos
18. Sevillanas Hipotecadas
19. Pablito
20. Miedo
21. De Todas Las Cosas
22. Mañana No Se Sabe
23. Los Cobardes
24. El Parque
25. Ave Fénix
26. Ochenta Años
27. Manuel
28. Míralo
29. Tú Eres Eso
30. Aficiones
31. Sábado
32. Ese Rato Tan Divino
33. De Ovejas y Corderos
34. Quiero Saber
35. La Quiero A Morir
36. Asuntos Serios
37. Amor Postal