Desacorde Ediciones sigue dando soporte para que muchos músicos de la escena rockera de casa se explayen. Como bien sabéis los fieles y, si no, os lo reitero, por aquí han pasado ya comentarios de las obras de otros ilustres como El Drogas, Kutxi Romero, Óscar Sancho, Evaristo Páramos, Rafa J. Vegas, Albert Pla, Fortu Sánchez, Juan Luis Serrano ‘El Tío Luis’ o, el más reciente, Alfredo García (ex Buenas Noches Rose, Le Punk y Alfa).  El último en engrosar la relación ha sido Juan Abarca, conocido en el mundo de los rocanroles por ser vocalista, letrista, guitarrista, fundador, compositor y, seguramente, muchas cosas más de Mamá Ladilla (también se le escucha en Engendro (ya no), Dixlesia y otros cuantos, además de a solas). Y, claro, cuando uno lee que el autor de decenas y decenas de canciones que nos han hecho reír tanto y tanto ha reunido una serie de relatos en un volumen bibliográfico, uno siente la necesidad imperiosa e imperial de comprobar de primer ojo cómo se desenvuelve y qué nos tiene que contar. Pues resulta que La Hostia En Prosa viene a ser una compilación de varios de los cientos de relatos que el bueno de Juan ha ido publicando en su Patreon (la plataforma con la que se puede apadrinar a un artista con distintas cuotas y suscripciones) desde que lo pusiera en marcha por pura supervivencia en esos lejanísimos tiempos de pandemia. En su currículum (verbi gratia, cogito ergo sum…), también figuran los libros Dios Es Chiste (Ven y Te Lo Cuento, 2011) y Diccionario Jeroglífico (Autoeditado, 2013), además de participar en el libro colectivo Simpatía Por El Relato (Drakul, 2010) y colaborar en revistas y fanzines como El Karma, Fetiche y la extinta Rock Estatal.

El prólogo de la obra viene a cargo de Juan Soto Ivars que, además de emplear esa vinculación que le tomé un día prestada a Igor Paskual con aquello de que algo ‘de culto’ corre el riesgo de acabar ‘oculto’, nos sitúa de manera práctica sabia en lo que nos espera en las casi 300 páginas siguientes, con 45 relatos, como 45 revoluciones de vinilo. En medio, un interludio con cuatro retos de esos que nos gustan a los frikis de las palabras, ordenados de menor a mayor dificultad (demonios, no puede con el cuarto), de los que da la solución como bis final.

Yendo al meollo de la cuestión, ¿es una autobiografía? Podemos afirmar que no, aunque nos cuenta experiencias de su infancia en colegios del Opus y segregados, andanzas de su adolescencia y primeros pasos de trascendencia vital, pero todavía desde el anonimato.

¿Es una biografía de la banda y desvela el secreto del voraz éxito de Mamá Ladilla? (Lo siento, no puedo escribir un grupo con minúscula en las siguientes palabras, sensación que se me hacía incluso peor al leer Iron maiden…) Tampoco. Pero conoceremos cómo surgieron canciones como “Tú Mismo”, “Chanquete Ha Muerto”, “Pablito Clavó Un Clavito” o “Atente A Tu Tonta Tarea”, además de otras pinceladas más reconocibles que los Easter Eggs que los malditos programadores esconden con malicia.

¿Ofrece sesudos análisis políticos y diatribas sobre el mundo de la música? Tampoco. Pero sí que se desprende (y, ojo, ayuda a conocer facetas que en principio pueden permanecer bastante ocultas en su creación) una especial desmitificación del proceso creativo, del acto directil y de la confrontación ideológica.

Lo que sí podrás hacer es reírte cuando cuenta sus experiencias como músico de orquestas de pueblo, o su torpeza para pillar mandanga en unos recreativos, sus andanzas como guitarrista clásico en bodas, sus barranquismo ocasional, también con los análisis sobre eslóganes publicitarios, la perversión del lenguaje o la apropiación indebida de verbos y sentimientos por parte de partidos y productos.

Todo ello resultado de un buen trato de la narración y continuas derivaciones propias de una mente inquieta. En resumen, una colección de los más disfrutable sin más pretensión que la de quedarse a gusto con cuentas pendientes o compartir historietas varias con las que echar un rato majo.

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