Robe – Destrozares, Canciones para el Final de los Tiempos
Puede ser que sea este el disco en el que Robe más se juega, siempre entre comillas, después de casi 25 años al pie del cañón. Considerada como una aventura de verano, una inspiración bucólica en su retiro extremeño estival, un desahogo a la electricidad de una gira de las grandes, Lo Que Aletea En Nuestra Cabezas podía ser tomado como un escarceo puntual, pero Robe ya lo avisó en aquella rueda de prensa: “lo próximo también será de esto”. Y, sacando una media temporal de sus obras, ha tardado bastante poco. Tan poco que, si miramos las fechas, entre Para Todos Los Públicos de Extremoduro y este Destrozares, Canciones para el Final de los Tiempos solo hay tres años y diez días de separación. Tres discos en tres años… Definitivamente el tapón que obturó su creatividad se ha abierto y desde que Robe ‘perdió el miedo’ en Material Defectuoso, sus posibilidades creativas se han multiplicado de manera exponencial en una mezcla de madurez compositiva lograda con La Ley Innata y con una madurez personal de la que solo él (y ella) sabrá sus motivos. Ocho temas en el estreno y diez en este ya es mucho más que un escarceo o aventura puntual tipo Extrechinato. La cosa va muy en serio y el futuro lo sigue cambiando ya, porque va al día.
Empezaré por algunas consideraciones generales previas antes de entrar en mis particulares visiones de cada una de las canciones. Ni continuista, ni rupturista. Destrozares, y Robe como creador que se deja llevar por él, es consciente de que el factor sorpresa ya lo fagocitó su hermano mayor el alcaudón. Ante eso, el sonido general del álbum, también más generoso y normalizado en metrajes (no hay concreciones de minuto y medio como ‘Ruptura Leve’, ni extensiones abrumadoras como los nueve de ‘Un Suspiro Acompasado’) y en número de canciones (volvemos a las diez de… Yo, Minoría Absoluta ¡!), es de banda mucho más hecha. Lógicamente, si al año y medio de gestación del anterior y el año y medio transcurrido con este, estamos hablando de tres años de creatividad conjunta. Me alegro, de hecho, de que ninguno de los cinco músicos que acompañan a Robe en esta aventura haya cambiado (Carlitos Pérez en violín y voces; David Lerman en bajo, saxo, clarinete y voces; Alber Fuentes en la batería y voces; Lorenzo González en la voz; y Álvaro Rodríguez Barroso en piano, teclados y acordeón).
Este hecho, que puede parecer de los más normal o trivial, en un momento artístico como el que atraviesa Robe, es lo mejor que le ha podido pasar. Hay un equilibrio que gana en solidez del sonido y confianza a la hora de la ejecución, dos valores que se transmiten en la normalidad y naturalización de las canciones, además de una tremenda generosidad de Iniesta pues su guitarra solo es protagonista en el inicio de ‘Destrozares’. No es esto echar piedras contra el nido del alcaudón, pero sí que Destrozares, con sus variaciones y derivaciones y desviaciones, mantiene un discurso más homogeneizado y coherente. Más unitario como grupo (los diálogos que realizan violín y clarinete a lo largo del álbum son, sin más, pura crema), más… de directo. Y es otra de las grandes diferencias de este disco. Casi todo se puede llevar a un escenario pero este álbum tiene claramente algunas canciones más inmediatas que completan la pomposidad orquestal que prima como elemento más poderoso. Robe dice que no lo tiene claro, yo apostaría a que veremos a esta formación de gira.
Destrozares nos da la bienvenida con ‘Hoy Al Mundo Renuncio’. La introducción, de casi un minuto, nos lleva por terrenos familiares y conocidos, dando continuidad a la ensoñación musical que Robe dibuja en este proyecto. “Como decíamos ayer”, parafraseando a Fray Luis de León y Miguel de Unamuno. Arropado con esa instrumentación de empaque rítmico progresivo, la deserción mundial que se esboza aglutina por un lado la grandeza del amor que se desprende en los textos de La Ley y ese rechazo a la moralidad apagada a la que ha derivado la Humanidad. Esos dos sentimientos danzan con ese juego de clarinete-violín que comentaba más arriba, arropado con solidez por batería, bajo y piano, que presenta en las teclas un armazón lumínico muy abierto. La estructura del tema es muy propia de Robe, con ese doble estribillo o con una coda que eleva la intensidad, llámenlo como quieran.
Sin llegar a la explosividad furibunda de ‘Poema Sobrecogido’ y ‘De Manera Urgente’, ‘El Cielo Cambió de Forma’ se mueve en esos terrenos, con colores cálidos, pero no agresivos. La derivación aflamencada a la que Robe nunca ha renegado (Lole y Manuel, de nuevo) se muestra ligeramente en un latin-jazz (Bebo) que hermana con las dos mencionadas en su break con violín y las voces de Lorenzo poniendo el fuego. Es una actitud arrebatada y pasional con ese punto entre la sensualidad y la locura, con cierto halo de teatralidad. La canción también destaca por ser, casi con toda seguridad, el tema firmado por Robe que antes presenta su estribillo e, igualmente, por ser uno de los que más veces se repite, hasta cinco. Todo esto le confiere un golpeo inmediato que parece estar pensada para ser cantada ante el público. Ahí queda un verso que refleja mucho del momento artístico del extremeño: “siento que estoy en un momento delicado”. Al final volveremos a eso.
Con delicadeza se abre ‘Querré Lo Prohibido’ y su melodía alcanza poco a su poco su clímax con el pizzicato de violín, sutil, sucinto. Lo que parece un medio tiempo al uso dentro de este formato, que nos puede recordar al primer corte, se irá animando en el puente, en un crescendo casi sin fin y un estribillo que nos trae una suerte de son latino y sabrosón. La esperanza hacia el regreso de lo amado será una constante en otras canciones de este mismo disco. Destaca sobremanera el saxo que vuelve a ser integrado de una manera muy poco frecuente en discos de rock de nuestro país, donde habitualmente solo se usa para doblar riffs principales o, como mucho, en solos a los Clarence Clemons.
No hace falta tener un oído muy fino para darse cuenta a las primeras de cambio de las similitudes de la entrada de ‘Cartas Desde Gaia’ con el ‘Extremaydura’ y ‘J.D. La Central Nuclear’. Una conexión que puede parecer casual o banal, pero que yo identifico como un guiño, algo reivindicativo, por parte de Robe. Una forma de interrelacionar con el pasado (lo dejó claro ayer, “no quiero ser el Robe de antes porque ya lo fui”), pero con la calidad y riqueza actual. Es decir, aquello estaba muy bien y nos lo pasamos en grande, pero ahora sé hacer las cosas de otra forma mucho más bella. Como su vecina del número par anterior, es otro de los cortes inmediatos, directos y manejables para los oídos menos ejercitados (o abiertos) a complejidades. La épica de los violines y los coros, aquí líricos, de Lorenzo son hermosos y agitadores. Aun así, como un as en la manga, como un nimbo pagano, el estribillo romperá la previsibilidad con el deseo apocalíptico que, en su repetición, casi a capela, de “el mundo entero, el mundo entero, el mundo entero” también tiene algo de aquellas tres canciones acústicas que completaron la revisión de Rock Transgresivo (“que yo no estoy loca, que yo no estoy loca, que yo no estoy loca”).
Continuando el viaje por las aguas, ‘Del Tiempo Perdido’ es una clara narración vital propia. A sus 54 años y con una paz espiritual que se transmite desde hace varios años en sus formas y palabras, es lógico que aparezcan este tipo de enfoques en su cancionero, una suerte de balance, en los que se han movido siempre con soltura artistas de fuerte personalidad como Leonard Cohen, Waits o Young, por no irnos demasiado lejos. En ningún momento hay un rechazo al pasado personal (“No me arrepiento de nada”, parafraseando a King Putreak), pero sí la consciencia de que el tiempo que queda es menor del que se lleva. Gran gesto incluyendo los versos de Manolillo Chinato (algunos en Pedrá) en la introducción del texto en el libreto, pues de él toma el “no querer herirte en nada” (-de nuevo otra conexión pretérita-). Musicalmente es una canción muy barroca, pues hasta el acordeón adquiere un protagonismo notable, además de toda la instrumentación habitual. El amor vuelve a guiar la salvación como punto de fuga, pero el sujeto apunta más bien a la creatividad, a la canción, como protagonista y como elemento resucitador: “¿Qué importa el ayer si he vuelto a nacer anoche de madrugada?”. El estribillo tiene un aura de bohemia con ese “que yo soy un poeta y que mi vida ¡yepa! La escribo en hojas en blanco”.
La segunda parte del álbum comienza con la elegida como single y videoclip del mismo, el ‘Por Encima Del Bien y del Mal’, que se grabó en el mes de agosto, por cierto. Dicho vídeo lleva a su máxima expresión la progresiva querencia pictórica de Robe a la hora de imaginar sus canciones y que toma de las pinturas negras y los desastres de Goya su traslación visual. (Ya me lo comentaba Uoho en la última gira de Extremoduro: “El hacer música para nosotros es como si estuvieras pintando, dibujando… A lo mejor estamos hablando de qué forma darle a una canción y no estamos hablando de música, hablamos de colores o de sentimientos o de cosas…”). También se dejaba notar en el de ‘Y Rozar Contigo’. La concentración individual ante las motivaciones propias vuelve a salvar al protagonista, sin olvidar que todo lo malo que ve está más cerca de lo que cree: “era el reflejo”. Es decir, está a tu lado. Tanto la potencia del estribillo como, sobre todo, el desarrollo instrumental final que se evidencia cortado para no prolongar demasiado la duración, muestran una vez la necesidad del grupo de explotar su potencial. En cualquier caso, esa ensoñación del individuo que lo eleva ante la realidad viene a reforzar la ruptura con lo social, encontrando solo la paz en lo que puede nacer de bondad pura en cada persona. Una visión del amor de la que Erich Fromm se sentiría especialmente orgulloso, el constante aprendizaje, unido a ese anhelo de constante regreso del que hacíamos referencia más arriba y que volverá con mucha más fuerza en el siguiente tema.
Esa necesidad se expresa muy clara, como en el tercer corte, en ‘Donde Se Rompen Las Olas’, que también tiene algo de Penélope y Ulises en el concepto. Otra canción en la que vuelven a bailar violín y clarinete, incluso con una escala propia de la música clásica. Además, Robe vuelve a pasárselo bien con esos juegos de palabras de blanca ingenuidad, de la ocurrencia trivial, con ese «Hola, ola del mar”. Es la canción con mayor carga poética gracias a ese árbol que acompaña la tristeza de la ausencia, de la muerte de las olas y de la ausencia prolongada. El final, simulando los hipidos, es de un buen gusto y sutileza emotiva superior.
Como ‘El Cielo Cambió de Forma’ y ‘Cartas Desde Gaia’, ‘Puta Humanidad’ nos da otra presentación certera y más ‘convencional’, por decirlo de alguna manera. El saxo le da un punto urbano a otra canción donde la banda, sin preciosismos, se encarga de tomar el protagonismo. Temporal como desahogo instantáneo, el texto nos trae, a partir del rechazo, otro canto de amor que es el denominador común en sus distintas formas (por cierto, casi nunca ya sexuales –de nuevo Erich Fromm-). La canción pinta a graciosa con la entrada cual melodía televisiva de ‘sitcom’ y frase de felpudo como aviso: “Bienvenido al temporal”, pero se contemporiza sin desbarrar en ningún momento.
Llegando al final, ‘La Canción Más Triste’ hace honor a su título y ofrece lo que promete, aunque no por ello mina el punto esperanzador que sí reside en algunas canciones, aunque solo sea con un pequeño halo de luz para creer. La melodía de piano inicial es dolorosa en su belleza. Fría y demoledora en el golpeo de cada una de las teclas. También la del fraseo vocal esta cantada con un dolor latente, al que cuesta liberar, en contraste con el puente y un estribillo épico, desgarrado y embriagado de una fatalidad irremediable. Las tres variaciones sobre el infierno apagado con lágrimas es una nueva jugarreta de Robe, que saca su vena más rugosa en las últimas repeticiones de un texto que no puede completar y que finaliza en un grito que acrecienta las sensaciones de dolor y angustia que de por sí ya tenía el tema. Particularmente, le echo en falta un par de estrofas más en el fraseo para ser del todo perfecta, pero en cualquier caso estamos ante un pico compositivo y, ojo, de sinceridad sencillamente abrumadora. Una exorcización de un mal interno, presente o pasado, que hiela a todos.
Por último, ‘Destrozares’, es el regalo al que Robe nos ha acostumbrado en los últimos discos y que hace crecer a trilogía los inéditos que ha ido presentando en las dos últimas giras de Extremoduro. En primer lugar, ‘El Camino de las Utopías’ (entonces ‘El Pájaro Azul’) en segundo ‘Contra Todos’ y, ahora, esta canción que incluía como fragmento integrado en la selección de La Ley Innata que llevaba a la última gira. Dividida en dos bloques, la primera parte es una declaración de abatimiento y la segunda un preciosista juego de palabras para que, cada cual, se quede con la versión más adecuada entre la suerte y la muerte como anhelo más deseado. Aún queda por saber qué disco cerrará ‘Experiencias de un Batracio’, el que resta.
Así, por traer otro punto pictórico,Destrozares tiene mucho del romanticismo preimpresionista de William Turner, dibujando paisajes borrosos y pasionales, como los que adornan la contraportada y (entre) interiores. Se transmite en una ambientación que consigue con el quinteto, que puede parecer aburrida a muchos que se emperran en una cerrilidad enfermiza (suelen ser los mismos que sacan lo de Burgos) al establecer comparaciones que no valen la pena, con argumentos más vacíos y obtusos si cabe. Especialmente el de la comercialidad o la falta de calidad (¡!).
Dos discos y 18 canciones son ya buena concreción en el zurrón, pero es que el abanico de posibilidades que Robe ha abierto en este proyecto es tan amplio e inmenso, tan único en España (piensen nombres, ni cantautores, ni rockeros en solitario… nadie), que su poder de atracción y adicción lo considero muy alto como para que sea tan sencillo volver a cruzar el umbral hacia detrás. Habrá quien necesite ese favor, pero, a día de hoy, no sabría decidirme en qué quiero que sea lo próximo. Lo que sí tengo claro es que, sea cual sea el futuro, Extremoduro, el día que llegue, que ha de llegar como todo, tenga por justicia poética un final estruendoso y megalítico.
Mientras tanto, qué quieren, para un tipo que ha crecido escuchando todo tipo de músicas y que no se ha dejado embutir por el mundo hater esta propuesta me enamora por calidad, ejecución, sentimiento, valentía y libertad.
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Lista de canciones – tracklist:
- Hoy Al Mundo Renuncio
- El Cielo Cambio De Forma
- Querré Lo Prohibido
- Cartas Desde Gaia
- Del Tiempo Perdido
- Por Encima del Bien y del Mal
- Donde Se Rompen Las Olas
- Puta Humanidad
- La Canción Más Triste
- Destrozares
Publicado el noviembre 24, 2016 en Críticas Discos y etiquetado en Destrozares. Canciones para el final de los tiempos, Extremoduro, Lo Que Aletea En Nuestras Cabezas, Robe, Roberto Iniesta. Guarda el enlace permanente. 43 comentarios.
«Lo que sí tengo claro es que, sea cual sea el futuro, Extremoduro, el día que llegue, que ha de llegar como todo, tenga por justicia poética un final estruendoso y megalítico.»
Y… que así sea.
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